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¿Cómo afrontamos las discusiones?

    ¿Cómo hacemos para que una discusión de ideas no se transforme en un ataque personal?

    ¿Cuántas veces una diferencia de opinión desencadena una pelea y terminamos ofendidos y enganchados sin poder pensar en otra cosa?

    ¿Cuándo el intercambio de argumentos nos pone a la defensiva y queremos ganar para tener la razón?

    Tener o perder la razón nubla por momentos el objeto de las discusiones. Se convierte entonces en una tensión entre dos partes, una pelea donde alguien acaba lastimado.

    Una discusión enriquece cuando nos permite entender algo nuevo, tomar contacto con otro punto de vista. De esa forma regulamos y tomamos conciencia sobre nuestra posición al respecto.

    Entender los motivos de una discusión, además de hablar y escuchar, supone creatividad. Identificar aquello que une a las personas en una discusión ordena la escena. Hacer un recorte, nombrar lo que se quiere tratar, sea acerca de una tarea, un objeto, otra persona o una relación. Esto pone el foco en lo que se quiere resolver y no en las personas en juego. Se trata de darle cierto valor lúdico, donde se puede ganar o perder, pero buscando que el resultado nos empuje a jugar un nuevo partido.

    Es usual que en una discusión los argumentos se desvíen y se transformen en un ataque a la otra persona, o que quien es criticado se sienta atacado. Es importante darse cuenta porque cuando eso ocurre, lo que está en discusión es otra cosa. El juego que se estaba jugando se interrumpe. Salimos de las reglas y terminamos espejados en una pelea que puede lastimar. Son situaciones que ameritan un tiempo fuera para buscar la calma, barajar y dar de nuevo.  

    A veces llegar a dar una discusión supone un proceso previo. Otras, el resultado de ese proceso puede llevarnos a decidir que no hay discusión posible y que podemos transitar la problemática que inquieta en otros lugares.

    Otros interlocutores pueden darle también circulación a una discusión tensa e inmovil. En disputas que involucran la crianza muchas veces se recurre a personas especializadas como abogados que puedan invocar a una ley que regule. Otras veces buscamos apoyo en un vínculo afectivo, alguien que aporte otro tono o idea, o pueda mediar.

    Los espacios de terapia psicológica también pueden cumplir esta función. Al comenzar a nombrar un conflicto en análisis, el mismo empieza a movilizarse, a complejizarse y a ganar elementos del contexto, de aquello que está puesto en juego, y vamos encontrando palabras para abordarlo. Entender qué nos hiere de una discusión también nos sirve para cuidarnos y cuidar a los otros. Por eso ponemos el acento en que se trata de situaciones tan enriquecedoras como complejas, en las que es importante preguntarnos qué es lo que se está disputando, qué sentido tiene, para qué lo hacemos y a dónde nos lleva.

    ¿Querés empezar terapia? Escribinos.

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